Nadie hubiese imaginado algunas décadas atrás en Sudáfrica que una mujer negra de Soweto daría ordenes a dos abogados blancos afrikaner, los viejos patrones del apartheid, para juzgar a un personaje VIP, también blanco y afrikaner, pero ídolo y modelo de la corporación deportiva. Thokozile Masipa, encarcelada un día décadas atrás cuando era periodista y protestaba contra el apartheid, es la mujer negra de Soweto, la jueza que escuchó durante seis meses a los abogados blancos Barry Roux y al fiscal Gerrie Nel y que decidió que Oscar Pistorius no mató con intención a su novia Reeva Steenkamp, la noche del 13 de febrero de 2013.
Masipa no habló en zulú, su lengua natal. Y tampoco los abogados ni Pistorius lo hicieron en afrikaner, como lo hacían sus padres en los duros años del apartheid. El juicio más mediático en la historia de Sudáfrica fue en inglés. Su resolución, el jueves y viernes pasado, fue tapa en los diarios más importantes del mundo. Pistorius, el atleta paralímpico tan célebre como Usain Bolt en los últimos Juegos Olímpicos de Londres 2012, sí fue acusado en cambio de homicidio involuntario y podrá seguir libre hasta que el 13 de octubre la jueza Masipa anuncie la sentencia, que puede ir de 15 años a cero día en prisión.
El organismo que regula las competencias para atletas con capacidades especiales (IPC) ni siquiera esperó la sentencia. El viernes mismo anunció que recibe a Pistorius con los brazos abiertos para que vuelva a sus competencias. Pistorius, en rigor, ganó celebridad mundial cuando fue autorizado a competir contra atletas “convencionales”. Fue célebre por su discapacidad. No con su discapacidad, como lo cuestionó otra atleta sin piernas.
Lo sucedido esta semana suena acaso demasiado generoso para una persona que el marketing deportivo, antes del desastre, presentaba como un hombre modelo, ejemplo de superación y atleta formidable. Pero que, en los meses del juicio, quedó al desnudo por sus antecedentes violentos, arrogancia y celos. Y que, esto es lo más importante, disparó cuatro balazos contra la puerta de un baño pequeño, sabiendo, dijo la jueza, que de ese modo seguramente mataría a quien estaba allí dentro. Pistorius creyó que allí había un ladrón, y no su novia, que estaba en la casa y a quien había mandado mensajes amenazantes hasta semanas antes y discutido inclusive en momentos previos a las balas fatales.
La jueza consideró que esos mensajes eran normales de cualquier relación. Y descartó también el testimonio de vecinos que aseguraron haber escuchado gritos antes de las balas. Es un duro mensaje de impunidad, dicen especialistas, para un país en el que, según estadísticas de 2009, una mujer muere cada ocho horas víctima de violencia doméstica. Y que todo lo justifica porque la minoría blanca vive con ataques de pánico ante la posibilidad de ser atacada por un negro. Es tema de novelas, series de TV y películas. Es tema real. La madre de Pistorius llevaba un arma siempre debajo del piloto. El padre se rozó un testículo cuando se le escapó un tiro limpiando un arma frente a una vieja novia. La familia Pistorius tiene 55 armas. Pistorius, que lleva tatuada una cita bíblica en uno de sus brazos, tenía seis. Y hasta disparaba al aire, a veces como diversión, otras para poner fin a un problema. Pistorius, dijo entonces la jueza, actuó presa del pánico. Del pánico que dicen sentir millones de sudafricanos ante la violencia. Idolo por sus triunfos deportivos, Pistorius pasó a representar durante el juicio a todos aquellos que llevan armas por ese temor. De victimario pasó poco menos que víctima. La jueza podría haber interpretado que, tal sus antecedentes de celos, y su sentido de la omnipotencia, Pistorius, de 27 años, podría haber actuado presa de ira. Eligió la interpretación del pánico. Y de que Pistorius mató a una puerta.
Masipa, segunda jueza negra en la historia de Sudáfrica, tampoco interpretó que las tremendas fallas de la policía en la colección de las pruebas podrían haber sido deliberadas, acaso para proteger al implicado, como ya había sucedido en un escándalo de años atrás a bordo de un yate. Y pareció atender argumentos del abogado defensor Roux, quien invocó el historial de Pistorius, la doble amputación de sus piernas cuando tenía apenas once meses de edad, y una difícil situación familiar, como atenuantes de supuesta fragilidad del acusado. Curioso, esa misma situación fue la que permitió a Pistorius convertirse en una celebridad. Su desgracia de niño terminó siendo un fabuloso negocio para Nike y para muchas otras marcas que lucraron con sus éxitos. Para él también. Una ex novia contó a la prensa de qué modo se jactaba del dinero que ganaba. La jueza, que había impresionado durante todo el juicio por su neutralidad y discreción, tampoco consideró decisivas, aunque sí las citó, las contradicciones flagrantes de Pistorius durante el juicio, el modo en que cambió su testimonio y en el que evadió respuestas. Pistorius, decidió igualmente la jueza, mató sin querer.
“Estoy shockeado. Es un mensaje negativo, que dice que puedes matar a alguien y luego argumentar que cometiste un error”, se lamentó Martin Hood, un conocido abogado de Johannesburgo, de los tantos especialistas que leí sobre el caso Pistorius. No encontré casi ningún abogado en desacuerdo con él. Y leí las opiniones de casi una decena. La descalificación que hizo la jueza de los testigos, avisan otros abogados, sienta otro peligroso precedente. “Complicaron sus vidas al aceptar testimoniar, para que luego les dijeran que su palabra no tenía importancia y podía no ser cierta”, dijo otro abogado. Lo que realmente pocos entienden es la contradicción de la propia jueza: “Si dijo que una persona razonable tendría que haber sabido que disparando de esa manera podía estar matando, entonces Pistorius -dicen- tendría que haber sido condenado lisa y llanamente por asesinato, no por homicidio involuntario”.
En uno de sus testimonios, Pistorius contó que cuando era niño llegó un día a casa sin los botones de la camisa, porque se los había arrancado un compañero que se burló de su discapacidad en la escuela. Su madre le hizo tal reproche al verlo que, cuando la situación se repitió al día siguiente, él se peleo duramente porque su madre le dijo que “debía luchar por sus derechos”. Aprender a defenderse por sí mismo. Vaya si aprendió a hacerlo. La jueza negra nacida en Soweto ha sido la encargada de juzgar un crimen que afectó a dos blancos con dinero y de cierto poder social. Acaso creyó más en la versión del blanco que fue victimario. La víctima es también blanca. Pero está muerta. El primero de los cuatro balazos, dijeron los peritos, le partió el cráneo.